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Los circuitos neuronales de los comportamientos de riesgo

Como profesionales de la psicología sabemos que “la conducta de riesgo se define como la búsqueda repetida del peligro, en la que la persona pone en juego su vida. Estas conductas, diferentes de las acciones peligrosas o arriesgadas realizadas cuando las circunstancias lo exigen, reflejan una atracción por el riesgo y, en especial, por las sensaciones fuertes relacionadas con el enfrentamiento con el peligro y la muerte (Adès, Lejoyeux, 2004).

Un grupo de científicos de la Universidad de Stanford en Estados Unidos, ha descrito en la revista Nature los circuitos neuronales de los comportamientos de riesgo en ratas. Estas conductas también están presentes en numerosas especies porque aseguran su supervivencia, como en pájaros, abejas y avispas, sin dejar de lado a los humanos. Según los resultados del estudio, la tendencia hacia el riesgo o la seguridad en la toma de decisiones depende de un pequeño grupo de neuronas del núcleo accumbens, la zona cerebral del sistema de recompensa donde también se hallan las células nerviosas relacionadas con el placer y la adicción (Jar, 2016). Los investigadores observaron diferencias genéticas y anatómicas relevantes en estas neuronas; concretamente en un tipo de receptores de la dopamina, el neurotransmisor implicado en la motivación. Una mayor investigación y formación en neuropsicología es indispensable en nuestra profesión para avanzar y mejorar la psicoterapia.

En el estudio, se controlaron las señales neuronales detectadas previamente mediante la optogenética, una técnica que permite intervenir la actividad de las neuronas con las longitudes de onda de la luz. Karl Deisseroth, coordinador del estudio, es uno de los creadores de este método revolucionario en neurociencia (Jar, 2016).

Los autores del estudio instalaron una fibra óptica fina como un cabello en el núcleo accumbens de las ratas para monitorizar las señales electroquímicas de estas neuronas. De esta manera, convirtieron a ratas arriesgadas en roedores mesurados modulando los receptores de dopamina en el grupo de neuronas del núcleo accumbens mediante optogenética. Su inclinación por el riesgo volvió a su estado natural cuando les retiraron la manipulación de esta técnica. En el experimento, basado en la recompensa de agua azucarada, dos tercios de las ratas se mostraron conservadoras mientras el resto prefirieron arriesgarse para descubrir si la recompensa que les esperaba era superior o no a la media (Jar, 2016).

La ventaja evolutiva del comportamiento arriesgado es conseguir una recompensa mayor que la obtenida con una actitud conservadora. “Como especies no hubiésemos llegado tan lejos sin ello”, comenta Deisseroth. Sin embargo, la predisposición al riesgo también puede ser “perjudicial”, generando accidentes, adicciones y fracasos financieros (Jar, 2016).

No obstante, los humanos somos propensos a cambiar nuestra preferencia a tomar riesgos en función del comportamiento de los otros, lo cual se demuestra en la recolección de 24 imágenes por resonancia magnética funcional que, combinadas con modelos computacionales, muestran la activación de regiones neuronales asociadas a la evaluación del riesgo y el aprendizaje sobre las actitudes de otros (Jar, 2016). Por tanto, no somos esclavos de nuestra biología. En el ámbito de la intervención psicológica es esencial un mejor conocimientos de nuestro cerebro. Másteres como el Máster en neuropsicología Clínica de ISEP amplía las perspectivas de evaluación, diagnóstico e intervención dentro de las diferentes enfermedades mentales y patologías clínicas.

Este estudio realizado por Deisseroth y su grupo, podría contribuir a una mejor comprensión de algunas enfermedades psiquiátricas y sus tratamientos, aseguran los autores. Por ejemplo, el pramipexol es el fármaco más prescrito para tratar los síntomas del Parkinson y el síndrome de las piernas inquietas. Al ser un agonista de la dopamina algunos pacientes desarrollan una necesidad de jugar apostando dinero. Otros estudios habían analizado el efecto de este medicamento en las decisiones arriesgadas de roedores pero la manipulación con el fármaco producía resultados inconsistentes (Jar, 2016).

Por último, el hallazgo también representa “un éxito para la neuroeconomía, la ciencia que se esfuerza estudiar la conducta económica para entender de mejor forma la función del cerebro, y estudia el cerebro para examinar y complementar modelos teóricos acerca de la conducta económica.

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