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Conductas desafiantes en personas con discapacidad intelectual

A menudo, los problemas en el comportamiento son una realidad con la que, tanto familiares como profesionales relacionados con el ámbito de la discapacidad intelectual, se encuentran en su día a día.
Esta problemática supone consecuencias sociales, personales y familiares muy elevadas, ya que es muy frecuente encontrar que estas personas se ven excluidas de las tareas o decisiones cotidianas, así como de los contextos habituales (expulsadas de sus centros de trabajo o actividades de ocio), dando lugar en ocasiones a que se ignoren sus necesidades básicas de relación social y de apoyos de otras personas.

¿Qué entendemos por conducta desafiante?

Emerson en 1995, definió las conductas desafiantes como aquellas conductas que, por su intensidad, duración o frecuencia, afectan negativamente al desarrollo personal del individuo, disminuyendo a su vez, sus oportunidades de participación en la comunidad.
Este tipo de conductas suponen un reto y/o un desafío para los profesionales y familiares que conviven con ellos/as, a la hora de comprenderlas y abordarlas, por lo que en la actualidad, se conoce este tipo de comportamientos como “conductas desafiantes”.

Tipos de conductas desafiantes

Muchas veces se entiende por conducta desafiante todas aquellas que suponen agresiones, o conductas violentas. No obstante, hay otras más discretas que también deben conocerse.
Así pues, podríamos hablar de conductas desafiantes cuando tratamos con:

  • Autolesiones, donde la persona se causa daño a sí misma. Serían conductas como morderse la mano, arrancarse uñas, dar cabezazos contra la pared, etc.
  • Destrucción de objetos, cuando se tiene la intención de romper o destruir cosas de su entorno, como cristales, muebles, su propia ropa…
  • Las conductas heteroagresivas, referidas a las agresiones voluntarias que se realizan hacia familiares, profesionales, o personas desconocidas que se encuentran en ese momento cerca.
  • Conductas sociales ofensivas, referidas a las ofensas hacia otras personas, siendo frecuentes los insultos, escupir a otras personas, amenazas, incluso la desnudez en entornos públicos.
  • Las conductas disruptivas harían referencia a las conductas en las que se interfiere de forma voluntaria en las tareas o actividades de otras personas, perturbando el entorno. Con gritos, llantos voluntarios, increpar a compañeros, etc.
  • Conductas de retraimiento y falta de atención, son algunas de las conductas más silenciosas y, por tanto, menos mencionadas, pero suponen problemas emocionales en general, y se evidenciarían con signos como pérdida de atención de forma significativa, sentarse lejos de otras personas, posturas de decaimiento…
  • Los hábitos atípicos y repetitivos, se refieren a las conductas que, siendo poco habituales, se repiten una y otra vez como sería, la pica (comer tierra u objetos no comestibles).

Podemos hacernos una idea a simple vista de la gran variabilidad que existe en las conductas desafiantes, y necesitará por tanto, una evaluación y una intervención específica para esa persona.

Cambio en el paradigma de la intervención

Las conductas desafiantes no son un aspecto que se vincule con la discapacidad intelectual. Es importante entender que son desajustadas y dañinas, además de comprender que para la persona, están siendo funcionales (están cumpliendo una función o un propósito) y entenderlas como una demanda de apoyo que realiza la persona, ya que está evidenciando sus dificultades para hacer frente a esa situación de
otra manera más adaptativa.

Los actuales métodos de intervención, parten de un enfoque centrado en la persona, donde se tiene en cuenta a su grupo social más cercano. Se realizan evaluaciones funcionales para determinar las causas, y se desarrollan programas complejos de entrenamiento y aprendizaje de conductas alternativas, que son reforzadas de forma sistemática por parte del entorno cercano de la persona.

Este nuevo enfoque, proporciona una línea de intervención mucho más compleja y completa a las líneas anteriormente seguidas, donde se tienen en cuenta las necesidades de apoyo de la persona y no se centra únicamente en el manejo conductual, sino en el aprendizaje como medio para la mejora de la calidad de vida de la persona con discapacidad intelectual y su familia.

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